En/
u/na/ no/che_os/cu/ra, con/ an/sias/ en/ a/mo/res/
in/fla/ma/da, ¡oh/ di/cho/sa/ ven/tu/ra!
sa/lí/ sin/ ser/ no/ta/da, es/tan/do/ ya/ mi/ ca/sa/
so/se/ga/da.
A oscuras y segura, por la secreta escala
disfrazada, (¡oh dichosa ventura!) a oscuras y en celada,
estando ya mi casa sosegada.
En la noche dichosa, en secreto,
que nadie me veía, ni yo miraba cosa, sin otra luz ni
guía sino la que en el corazón ardía.
Aquésta me guïaba más cierta que la luz del
mediodía, adonde me esperaba quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.
¡Oh noche que me
guiaste!, ¡oh noche amable más que el alborada!, ¡oh
noche que juntaste amado con amada, amada en el amado transformada!
El mi pecho florido, que entero para él solo se guardaba,
allí quedó dormido, y yo le regalaba, y el ventalle
de cedros aire daba.
El aire de la almena, cuando yo sus cabellos
esparcía, con su mano serena en mi cuello hería, y
todos mis sentidos suspendía.
Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el amado, cesó todo, y
dejéme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado.
San
Juan de la Cruz (1542-1591) |
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