Fresas, Ingmar Bergman, un teatro precioso de futuro incierto, Lund, Lund, Lund, un viaje, la primavera, la vejez, el transcurso del tiempo, la memoria y un magnífico actor ciego.
Frente al Museo Histórico de la ciudad de Lund hay -en pleno jardín del campus universitario- una encrucijada de caminos. En su punto central “erigió” la Uarda-Akademien el año 1984 el monumento a la nada. El mencionado monumento se reduce a una placa de bronce incrustada en el adoquinado central del mencionado cruce de caminos.
A mediados de noviembre de hace unos treinta años fui profesor investigador en la Romanska institutionen de la Universidad de Lund, en Suecia. Un día, cuando me dirigía al departamento paseando por uno de esos senderos, me di de bruces con esa placa. El encuentro fue demoledor, cielo gris, lluvia pertinaz, asambleas de cuervos, palomas asesinas, el viento típico de Skåne y, porque no podían faltar, estudiantes en veloces bicicletas de la infantería sueca; y allí a mis pies estaba la placa conmemorando la nada.
A partir de ese momento se convirtió en un punto central reflexivo en mis idas y venidas a la universidad.
Años después me comentó un colega sueco el carácter humorístico de esa placa en la que se ironizaba acerca del carácter indeciso de una ciudad incapaz de decidir cómo decorar esa encrucijada. De todas formas, mi interpretación originaria sigue manteniéndose en mi memoria.
A veces en el Ágora no se dice nada, no se escucha nada, no hay nada…
Durante varios años tuve una relación muy provechosa en el departamento de Románicas de esa universidad. Recuerdo que, no sin ironía, empezaba los días en el Infierno y los acababa frente a la Nada. El hotel donde siempre me alojaba en mis bajadas a Lund por asuntos académicos era el Concordia, que estaba justo enfrente de la casa en la que Strindberg escribió su Infierno.
De Lund también recuerdo el mejor quiosco de Falafel de Escandinavia: Lundafalabel. Una joya gastronómica apropiada a los ajustados salarios académicos.
Y cómo no olvidar, su restaurante hippie-vegano, el griego estudiantil que ya no existe, los uruguayos de la emisora de radio de Malmö, su paisano de Lund de apellido florido y ritmo filosófico; el maño amigo de los hermanos Labordeta…
El domingo pasado en el teatro tuve una experiencia proustiana, la de la madalena de Por el camino de Swann/Du côté de chez Swann, al ir al Nationaltheatret de Oslo con la Tejedora para ver una obra de teatro bergamiana: Jordbærstedet. La historia es bien conocida para los que vimos la película Fresas salvajes o como se titulaba originalmente en sueco Smultronstället. El viaje de un viejo profesor de Estocolmo a Lund. Una reflexión existencial sobre la memoria y sus laberintos. En fin “una cosa llevó a la otra”, a las otras, y el monólogo del profesor Borg me llevó al encuentro de las encrucijadas de la Nada, al Concordia, al Infierno de Strindberg, a mis queridos uruguayos, al maño amigo del mayor de los Labordeta, y a su higuera enmacetada.
Ese juego de la memoria y sus relatos.